26 de noviembre de 2005 ADOLFO ÁLVAREZ BARTHE Luis Artigue. Diario de León

AUNQUE LLEVO, como quien dice, cuatro días en este planeta ya he podido comprobar que todo lo verdaderamente bello tiene algo que ver con el amor. Y he percibido tanto amor en la recién inaugurada exposición titulada Teatritos de Adolfo Álvarez Barthe (Galería Ármaga).

 

A lo largo de los años este artista figurativo, con su paleta como de pintor griego y su perfeccionismo, ha conformado no sólo un lenguaje pictórico propio, sino incluso ha creado ya un mundo repleto de citas a la tradición, de símbolos y de una atmósfera preciosista conseguida mediante suaves veladuras que hacen de cada cuadro una ventana por la que se ve superpuesto el pasado, que es una parte del presente. Así su arte elaborado, meditado, contenido se ha ido convirtiendo en una plástica mitología ahora que en occidente estamos tan necesitados de metáforas y de mitología.

 

Poco a poco su personal obra, cada vez más referencial, se ha ido haciendo un hueco importante entre los coleccionistas de arte como lo prueban sus últimas exposiciones exitosas en Madrid, Salamanca, Gante y Bruselas, y no nos extraña pues se trata de un pintor canónico decidido a mostrarnos y demostrarnos que existe un presente eterno en el que confluyen los saberes, los quehaceres y las sensibilidades.

 

Pero la presente muestra artística no sólo intensifica el mundo de ese pintor sino que lo amplía pues se trata de cuadros de amor y vida repletos de alusiones al Renacimiento, a la Comedia del Arte italiana, a la arquitectura grecolatina y al siglo XVIII. Enriquece intelectualmente observar la obra refinada y culta de este creador, pero además conmueve su serena intensidad a la hora de expresar el amor.

 

Se trata de un amor transcendente, lleno de iconos y de radiante pureza, y así lo muestran cuadros como Teatrito de Orfeo o El Escenógrafo que parecen susurrarnos que en el alma el Renacimiento puede ser algo permanente. Bella descarga de imágenes y emociones alusivas estos cuadros; hermosa sacudida; súbito contacto con la palpable eternidad.

Con todo mi pieza favorita del puzzle que es esta exposición se titula Jardín Cerrado : una escultura colorista en la que la simbología vegetal y la forma me recuerdan a una esfera del mundo, aunque supongo que mas bien estamos ante un micromundo. Sí, realmente preciosa. Uno acude a esa Galería de Arte, entra, mira con detenimiento y se da cuenta enseguida de que le ha pasado algo; de que esa exposición le ha despertado cierta espiritual gravedad interior en cuanto la ha concedido un resquicio de atención activa.

 

Sí, parece que estamos mirando esas obras pero mas bien alguien nos mira a través de ellas desde el otro lado del tiempo pues eso es por definición el arte, un diálogo perpetuo con las sensibilidades del pasado, un suma y sigue, un desenmascaramiento, un ir más allá de uno mismo para sentirse pieza de ese puzzle que es la historia; de ese puzzle que es el mundo; de ese puzzle que es el amor. Ayuda a vivir con perspectiva esta poética exposición pues nos conecta con los venerables maestros que nos han precedido, y nos llena de su luz como para posarnos en el cuenco de las manos la sencilla verdad de que conviene de vez en cuando mirar atrás y regresar a donde todo empezó -en el origen hay mucho del destino-. Sí, vibra algo muy humano en estos cuadros, algo sensible y elevado. Por eso mirarlos ha de parecerse a tratar de averiguar cuál ha sido la irritación estética que ha dado lugar a la perla de la obra de arte. Sí, quien ame el pasado como complemento del futuro, quien no tenga miedo al poder de los símbolos ni al poder de las metáforas y disfrute con la exquisitez, con el detallismo y con esa serenidad que sintoniza el cuerpo con el alma, disfrutará mucho con la melodía visual de Adolfo Álvarez Barthe. Escuchen.

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