1 de mayo de 2013 ADOLFO ALVAREZ BARTHE:
LA (RE) VELACIÓN DE LO INVISIBLE Alberto Lauro. Revista Hispano Cubana

El pintor Adolfo Álvarez Barthe (León, España, 1964) presenta en Madrid una muestra de sus obras, coincidiendo con el treinta aniversario de la galería madrileña Quorum, donde ya hemos visto exposiciones con su firma en 1999, 2001 y 2005.

 

A veces lo que un artista opina de otro resulta revelador con respecto a su propia creación. Álvarez Barthe ha escrito, a propósito del artista multidisciplinar holandés Alwin van der Linde que “si hay algo que el arte puede hacer visible es precisamente lo invisible”. Esta es una clave para acercarnos a sus cuadros.

 

Su obra nace después de la transición democrática española, donde el panorama artístico se diversifica en un abanico de espectro incalculable y las tendencias y los movimientos van a optar por las propuestas más insospechadas. En ese caos de hallazgos y búsquedas Álvarez Barthe va a apostar por una salida que pocos escogen: el mundo clásico. Hasta hoy. Este será el marco para su obra, en donde encontramos constantes referencias a la historia del arte vinculado al Mediterráneo, cuna de la civilización occidental.

 

En este artista, de exquisita formación intelectual, hallamos la maestría de una depurada técnica. Es, pues, no de esta época, sino del Renacimiento. Perfectamente me lo puedo imaginar decorando y diseñando palacios florentinos, en tertulias con los personajes más famosos de la Ilustración.

Cada una de sus obras encierra sucesivas secuencias de imágenes y símbolos. Ello hace que ante sus cuadros encontremos citas de la cultura griega y romana, del teatro inglés, de sus lecturas y poetas preferidos. Su propuesta es todo lo contrario a pintores como Francis Bacon, de visión convulsa y atormentada. Para Bacon, el arte despojado de toda función mistificadora o sacralizante era un juego -ludópata él mismo- donde solo vale la apuesta. La vanguardia enalteció la depresión, la angustia, lo procaz, lo repugnante y lo soez hasta el escarnio, e invadió los terrenos de todas las artes. George Bataille indagó sobre este tema en La literatura y el mal (Ed. Nortesur, Barcelona, 2010). En España, un artista atraído por esta tendencia, Sergio Sanz -además de por los temas fantásticos, lector de Kafka y Lovecraft, discípulo de Baudalaire, obsesionado por presentarle al ser humano como un espejo “su propia fealdad moral y física”, y el Conde de Lautréamont- le ha añadido al tema toques de ese humor negro tan presente en la novela picaresca. Álvarez Barthe, nadador solitario a contracorriente, viene a darnos un mensaje de esperanza, a veces con un toque lejano de melancolía.

 

Logra en sus obras la serenidad y el equilibrio que le falta a nuestra época y existencia. Su mano nos brinda un escenario de equilibrio y mesura que tanto necesitamos. Es la dádiva de un contemplativo que trabaja con la perfección de los monjes anónimos que iluminaban los códices miniados. Hasta su técnica nos hace mirar al pasado: el temple. Y nos hace retrotraernos a los sarcófagos del antiguo Egipto, Bizancio y, sobre todo, al Renacimiento europeo. No obstante, hay una muestra de artistas que han sido fieles al temple, entre ellos William Blake y, más cercano a nosotros, Giorgio de Chirico. Pueden citarse también algunos nombres contemporáneos en otras latitudes, como Sandro Chia y Tim Donovan, pero sin duda en España es Álvarez Barthe uno de los más sobresalientes.

 

Sus cuadros son atemporales. Y ellos me hicieron releer Los sueños y el tiempo (Ed. Siruela, Madrid, 1992) de María Zambarno, esencial para aproximarnos a la metafísica de los sueños. En este volumen, quintaesencia del pensamiento de la filósofa española, dice que “si el hombre padece esencialmente algo, es su propia trascendencia”. Mas el ser vive en la inmanencia y atado a su tiempo como Ulises al mástil de su barco que va a hundirse en medio de cantos de sirenas. El nuestro es un incesante océano amenazado por tsunamis reales o insospechados. Álvarez Barthe parece ajeno a nosotros, trazando con su mano un norte de mesura y belleza. En estos momentos en que las galerías de medio mundo promueven obras donde se refleja lo penoso de nuestra época, llegando lo feo y lo aberrante a convertirse en paradigmas estéticos, el artista leonés hace una apuesta muy personal, añorando las épocas en que los creadores no necesitaban firmar sus obras ni éstas eran ofertas de un mercado indolente y siempre caprichoso, a merced de intereses ajenos al arte. “Quizás sea más grande el arte que los artistas”, declara en una entrevista a la periodista Mónica Garrido con motivo de su muestra Pervivencias, expuesta en la Sala Provincia, promovida por la Diputación de León y el Instituto Leonés de Cultura, de diciembre de 2011 a febrero de 2012. En el catálogo, Luis García señala la influencia del cine y la fotografía en este artista, de quien refiere que “es un pintor o más bien debería decir un filósofo poeta”, así como la influencia de la arquitectura y las artes escénicas. Luis García considera el autorretratarse junto a la Virgen María como una nota irreverente. No lo creo así. Justamente los modelos de muchos escultores y artistas han sido sus personas más próximas para múltiples temas, incluyendo los religiosos. Véase por ejemplo las obras de Miguel Ángel o El Greco. En el caso de Álvarez Barthe no sólo se retrata a sí mismo, sino a su compañero Juan Robles y otras personas de su entorno.

 

La belleza es en este artista un medio y un fin. Hans-George Gadamer afirma en La actualidad de lo bello (Ed. Paidós, Barcelona, 2002) que “Kant fue el primero en reconocer una pregunta propiamente filosófica en la experiencia del arte y lo bello”, superando así al fundador de la estética, el racionalista Alexander Baumgarten. Y Nietzsche amenazaba el hundimiento de toda nuestra civilización con su grito de que Dios había muerto. Afirmación que Hegel aplicó al ámbito artístico. Mónica Garrido nos recuerda que ya Plinio el Viejo decía esto mismo de la pintura romana en el siglo I antes de Cristo. Álvarez Barthe no es nada pesimista. Y afirma: “La pintura es un arte positivo que puede hacer visible incluso lo invisible”. Hay, desde luego, en su obra imágenes fragmentadas, ensoñadas, que parecen emerger de las profundidades de nuestro subconsciente a través de su mano. Pero su mensaje cifrado, aunque críptico, no es nunca pesimista. Antes bien, une a la Belleza el concepto de la Verdad y lo Bueno. De ahí el sentido ético de su creación que nos entrega el instante del sosiego, del reposo y la contemplación en sus imágenes. Es de los pocos artistas contemporáneos españoles que se reconocen como católico. De ahí la universalidad de sus símbolos, que no signos. En ello radica su postura humanista, aunque las palabras, coincidiendo con él, humanidad y civilización estén tan desprestigiadas.

 

“Si el cuadro no seduce, no vale en absoluto” le escuché decir. Hay además un Eros siempre visible, latente o insinuado. Desde los mitos y Homero, en su pintura caben siempre las referencias a un hombre que se reconoce y conoce su cultura y procedencia. En uno de sus cuadros, Ulises vuelve a casa después de sus múltiples peripecias. Es decir, vuelve a su hogar, a su cultura. Y esto es lo que le hace sentirse salvado en la sabiduría de la experiencia, añadiendo a su conocimiento la humildad, que es una forma de la sabiduría. El regreso a la naturaleza que proponía Voltaire en Cándido, el gótico y los tapices persas, la astrología y los belenes napolitanos, Romy Schneider y Claudia Cardinale, todo ello hace que su conocimiento tenga un empaste con temas de siempre en el hombre como Eros y Tánatos, pero con matices de nuestra época. Todo ello en perfecta consonancia, sin estridencias.

 

       Gianni Vattimo en El fin de la modernidad: Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna (Gedisa, Barcelona, 1986) estudia como paradigma el postmodernismo. André Bretón legó su postura junto a los surrealistas: “La belleza será convulsiva o no será nada”. Álvarez Barthe no recurre a estos arrebatos histéricos o neuróticos. Tampoco al nihilismo de Heidegger. Ni Marx ni Sartre. Tal vez la belleza se oculta para que la mano de este artista la busque y nos la entregue en sus cuadros, ya sea en la aurora o el ocaso.

 

 

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