7 de febrero de 2008 HIEROGLYPHICA Félix C. Fernández López. Texto en programa

Dice el que pregunta que si hay algo imposible de plasmar en la pintura es el tiempo, aunque el tiempo mismo sea artista en cada obra envejeciéndola y apareciendo en ella como referente que se puede reconocer en las visiones y estudios posteriores.

 

Dice Adolfo que aun siendo muy cierto eso, él ha hecho del tiempo una constante deliberada de su obra. Y que eso es así porque persigue un ideal antiquísimo de la humanidad, la utopía de la lengua perfecta. Es decir, la búsqueda universal de un lenguaje apto para plasmar el presente eterno.

 

El que pregunta.- Pero eso es ¿Querer identificar literatura y arte como un solo lenguaje o superponer el lenguaje imaginario al literal y literario?

 

Adolfo.- Es desear un retorno a la memoria universal, a aquella edad en que ambos lenguajes convivían del mismo modo que conviven en los mundos de cultura real (rural, tradicional) que no son víctimas del aislamiento de gestiones. Lo que más se acerca a eso es la pintura como jeroglífico, en el antiguo Egipto, y los emblemas renacentistas. En ambos casos se trata de pintura como literatura, pero literatura previa y posterior al libro.

 

El que pregunta.- ¿Te refieres a la literatura oral? ¿La literatura posterior al libro, cuando una vez leído se habla de él?

 

Adolfo.- Sí. A ese tiempo, y al tiempo de la literatura mitológica y épica de los aedos. A ese tiempo en que algo superior al arte palpitaba en los seres humanos y que ahora nos resulta extraño porque vivimos en un mundo acelerado, cuya velocidad nos ha llevado a perder esas cosas que permanecían tan fijas en nosotros. A perderlas o a comprobar que se han metamorfoseado. Esas cosas eran los símbolos.

 

El que pregunta.- Pero tú no utilizas símbolos a secas. ¿Cómo dispones y presentas esos símbolos? ¿Cómo los utilizas?

 

Adolfo.- De todas las maneras posibles, porque no quiero olvidar que cada símbolo es producto de la acumulación de toda la cultura y que eso nos salva como hombres. Lo dispongo en las estructuras numéricas que marcan cada referente, el nueve de la Divina Comedia; a través de elementos artísticos y vitales como el ritmo que subyace en la poesía, que es la poesía, y que es también esencia de la música, el otro lenguaje. Aquí verás cuadros dispuestos al modo troqueo o dáctilo, que te impondrán sus pausas en la observación, que te guiarán a través de una sintaxis pautada hacia la comprensión del símbolo que encierran.

 

 

El que pregunta.- ¿Y no es osadía construir una obra de imagen con la estructura expresiva de la imaginación literaria, del imaginario literario, y fijarla con técnicas pictóricas?

 

Adolfo.- Eso es lo que hago cuando destruyo un cuadro para volver a construirlo en estrofas, en versos, introduciendo pausas. Sigo el ritmo universal de destrucciones y creaciones sucesivas. Y sigo el ritmo vital de las repeticiones, de las restauraciones que encierran las grandes obras. Por ejemplo, cuando has leído cien páginas de la Iliada o de la Odisea, te das cuenta de que funcionan siempre con los mismos versos, las mismas pautas; de que hay unidades no transformadas que se van repitiendo, se van repitiendo, se van repitiendo. Y en el caso de El mar de Ulises es lo que yo he querido mantener. La barca es la misma, las columnas son las mismas. Todo eso se va repitiendo mientras se construye un poema entero con las unidades estancas que ya tenía hasta la propia poesía arcaica.

 

El que pregunta.- ¿Cuáles son esos referentes literarios de los que hablas? ¿A que te obliga cada uno de ellos?

 

Adolfo.- Los referentes, básicamente, son Orlando Furioso (al que utilizo como clave para entender otros seres en la historia de España, Felipe II, Cervantes, por ejemplo.), la Odisea, la Divina Comedia, las Elegías Romanas, de Goethe y el Quijote, que está sin estar; es decir, está en lo que imagina Cervantes, no en lo que es. Está, y no es literario, el Escorial. Porque junto con el Quijote son nuestros dos grandes enigmas. Dos jeroglíficos de nuestra esencia, maltratados y perennes a la vez. Y lo están porque en eso baso la esencia de la pintura como jeroglífico, en que es un enigma en sí misma. Son los elementos estables, Hakim y Boaz, que sostienen una obra imposible, valiosa y permanentemente atacada por su riqueza y su situación. Son nuestras Troyas.

 

El que pregunta.- Pero eso es someter a ambas cosas a un destino trágico.

 

Adolfo.- Y es que ambos lo han tenido. Son ignorados y denostados dentro. Tanto que muchas generaciones han permanecido expectantes aguardando su destrucción. Aguardan a que se pierdan para poder lamentar su destrucción. Yo creo que nuestra condición nos lleva a cantar lo que se pierde. Tal vez, para volver a contar las cosas de siempre con un lenguaje distinto.

 

El que pregunta.- Pero ese es el lenguaje de la melancolía.

 

Adolfo.- Cierto. Y el de la memoria. En este sentido digo que mis cuadros son hijos de la memoria, de las musas. Soy admirador de Astolfo que destruye los engaños que se han creado para entretener a los hombres y él mismo ignora que es un engaño. Por eso busco la sugerencia a través del poder vaporoso de las veladuras, del temple. Querer fijar todo eso es una actitud muy quijotesca, muy vital, lo sé. Es lo primero que el hombre hizo en cuanto se reunió con otros hombres en una caverna, contó y pintó.

 

El que pregunta.- Y eso es lo que encierras en ese autorretrato con libro cerrado, porque posees lo revelado…